Hace unas semanas, tuve una diferencia relevante con una amiga a la que quiero muchísimo (si estás leyendo esto: te amo).
Se me prendieron todas las alarmas de autoprotección. A ella también.
Hay una parte de mí que quería salir huyendo. Que no quería conversar. Que no quería enfrentar el malestar que se estaba presentando para fortalecernos.
Me pregunté, en el fondo: ¿por qué te estás resistiendo?
Y esta pregunta se fue respondiendo a lo largo de toda una semana.
La respuesta fue:
“Porque no quiero que me vuelvan a hacer daño. Porque no quiero sentir que no me están tomando en serio. Porque, si permito una transgresión como lo hice en el pasado, esto va a terminar mal.”
Entonces me di cuenta de que eran mis heridas vinculares del pasado hablando por mí. Empujándome a protegerme, mientras mis mecanismos de defensa se activaban queriendo, simplemente, salir corriendo.
Ahí es donde aparece ese punto liminal, donde puedo ver ambas partes y discernir.
Discernir no es validar lo que no es válido, ni mucho menos ponerle pañitos de agua tibia a lo que necesita ser visto con toda su verdad.
Discernir tiene que ver con el arte de cuidarme, para poder cuidarte, y para que tú también aprendas a cuidarme mejor. Y, por supuesto, que yo pueda hacer lo mismo contigo.
Discernir, para mí, es mantener el centro estable a pesar de la tormenta. Es poder mirar al fondo de la ola, aunque parezca tan grande que nunca va a terminar.
Obviamente, aquí hablo de discernir dentro de vínculos que nos hacen bien ( el cuerpo es bueno mostrándonos cuando algo nos hace bien).
Pero también muchas veces ese discernimiento se manifiesta como mantener el centro en medio de la ola, para que, cuando baje, podamos reconocer que lo que realmente deseamos es alejarnos. Aunque a veces eso los otros no lo entiendan desde afuera.
Cuando la ola bajó, ya pude proponerle que nos sentáramos a dialogar.
Ella con su café y torta de chocolate, yo con mi té de lavanda.
Cuando empezamos a charlar y saqué mi mini agendita con los puntos que había anotado y que eran importantes para mí (porque, reina, todos los aspectos en tierra de mi carta astral no me permiten ser poco esquemática cuando se trata de cuidarme el corazón😂), escuché una vocecita interna que decía: “qué exagerada”.
Y me di cuenta de que esa voz también venía de esas heridas vinculares viejas, de relaciones que parecían seguras, pero realmente no lo eran, y que me hicieron sentir así: exageradísima.
Mi amiga me escuchó con serenidad. Yo la escuché a ella.
Cada una asumió la responsabilidad que le correspondía, sin evasiones ni violencia. Cada una fue capaz de discernir, más allá de lo incómodo que puede ser, al inicio, tener “estas conversaciones serias”.
Luego nos pusimos a mambear (te dejo este video por si no sabes qué es eso).
Porque las plantas siempre son buenas consejeras sí se les emplea en orden y organización.
Pudimos repasar, con ligereza y claridad a la vez, los puntos clave que nos llevábamos de este desencuentro. Cada una pudo cuidar su corazón y cuidar el de la otra.
Después de varias horas de charla, compartimos sobre otras cosas de nuestras vidas que están pasando ahora, nos reímos, recordamos, armamos nuevos planes.
Sellamos este encuentro con el amor que nos tenemos.
Y siento que esto es una pequeña muestra de lo que sucede cuando nos dejamos inundar por lo que los vínculos vienen a enseñarnos.
Aclaro que esto lo digo dentro del marco de relaciones que nos hacen bien ( vuelvo a repetir jaja) no de relaciones abusivas donde no hay intención de reparación, y mucho menos de mejora.
Luego, tomamos caminos distintos. Y mientras subía en el ascensor rumbo a mi hogar, pensaba en el valioso registro que está dejando este vínculo (y los que me acompañan hoy):
Que es seguro volver a confiar.
Que lo que pasó hace unos años no necesariamente refleja lo que está pasando ahora.
Que los tiempos cambian.
Que los velos se caen para mostrarnos con claridad lo que necesitamos y abrirnos a vincularnos de formas distintas.
Porque esos vínculos en los que no me sentí cuidada y me sentí “exagerada”, al final, solo reflejaban la dificultad que yo misma tenía en ese momento para vincularme.
Y la Vida, con sus reflexiones —a veces dolorosas—, me llevó a encontrarme con personas que también estaban en ese mismo reto, y que no estaban dispuestas a atravesar la ola.
Hoy miro con amor esos vínculos que, hace ya dos años, se cerraron.
Bendigo lo que dejaron en su paso por mi vida y lo que dejé en la suya.
Honro a la Eliana de entonces, que, a través de sus propias heridas vinculares, se vinculó con personas que, aunque pareciera que sí, realmente no querían vincularse íntimamente.
Ahora me siento cada día más lista para sostener vínculos donde, aunque me resista a transformarme (cuando me tocan justo donde duele), sé que, en el fondo, voy a ceder.
Porque el amor real me da la soltura para hacerlo.
Porque al final del túnel de mis resistencias, hay entrega.
Las relaciones de amistad son un refugio ante el horror del mundo.
Y eso no significa que sean espacios donde solo estamos disponibles para el goce.
La cercanía y la intimidad acarician partes nuestras que son profundamente vulnerables.
No bastan las palabras bonitas:son las acciones que cuidan las que nos llevan más allá de las olas intensas que traen las heridas que hemos cargado tanto tiempo adentro.
Otras relaciones son posibles. Pero tenemos que hacernos cargo.
Resistirnos en principio para luego dejarnos inundar del néctar de los vínculos , cuando es necesario, puede ser parte del ritual profundo que es querernos… un poquito más. Y cada día, más.
Sin tantas taras.
No necesitamos cerquita.
y como conclusión: a veces lo único que necesita nuestro sistema nervioso es crear un NUEVO REGISTRO, uno donde las cosas salen mejor de lo pensado y no por arte de magia si no por tener el coraje de atravesar la ola.
Cariños a ti que me lees, como siempre si este escrito te trajo alguna perla compártelo con tu manada.